Mientras el mundo se va a la mierda, uno intenta hacer planes y evadirse de tanta destrucción y mala baba que exhiben un día tras otro en redes sociales miles y miles de personas de toda clase e ideología. Quizá muchos son bots, pero otros son tontos redomados que bajo un seudónimo se dedican a deshumanizar las relaciones humanas. Es una forma de vida. Aunque me gusta mucho, no soy de los que intentará comprar a partir del día 8 una entrada para el concierto del Boss Bruce Springsteen, un gran evento que sus organizadores, por lo que veo, también han decidido ensuciar. Dejaré las entradas para los que les va la vida en ello y me pondré en bucle un par de mis viejas favoritas, como son Loose Change y Sad Eyes, si es que sigue funcionando el viejo CD recopilatorio Tracks, que me regalaron en navidades de 1998. Por aquel entonces, el fútbol también tenía sus cositas, pero por lo que sea no logramos sacudirnos a los grupos ultras de encima. Hoy, además, no iré a Anoeta, porque el fútbol empieza a dar asco con tanta gentuza, y dudo ya que sea un lugar para niños. Por ver el lado bueno, el efecto Vinícius, un superdeportista que tiene pinta de ser mala persona, quizá sirva al menos para dar un paso decisivo en la erradicación de todo tipo de violencia de nuestros estadios. Amén.