Decía Fernando Fernán Gómez que las bicicletas son para el verano. Ya me habría gustado verle, con su difícil carácter, abriéndose paso entre la marea humana que se traga el bidegorri por el centro de Donostia. Que sí, que tiene su mérito subir Plateau de Beille, pero no todos los aguerridos ciclistas salen en la tele ni se dan cita en la ronda gala. Se escriben grandes hazañas casi sin salir de casa. Porque mira que es heroico atravesar determinados tramos del carril bici durante julio y agosto. Somos meritorios txirrindularis, curritos a pie de obra, conscientes de que jamás conoceremos la gloria. Más bien todo lo contrario. A ojos de buena parte de la ciudadanía los habituales de las dos ruedas somos lo peor. “Que no miráis”. “Eh, que aquí marca que tienes que ir a 5 por hora”. “¡Espabilado, pero si vas mirando el móvil!”. Puff. Lo de contar hasta tres ya no funciona. No seré yo quien diga que soy un buen ejemplo a seguir pero es que lo del verano es droga dura: la parejita haciendo el puñetero selfi, la abuela rezagada o el pequeño que se descuelga de la manada. Todos acaban igual, ahí plantados, en medio de la calzada. A mí me suelen entrar ganas de sacar la recortada en el tramo del Boule que pasa frente al McDonald’s. Hay días que acabas deseando que llueva. Qué dura puede llegar a ser la convivencia.