Dice el dicho que no ofende quien quiere sino quien puede. No sé si Carles Puigdemont quiere ofender a España pero está claro que su mera existencia en libertad abre las carnes de los medios y los políticos que bombean unionismo por sus venas. La rabia por su desaparición en vivo y en directo cuando ya salivaban con la idea de esposarlo y meterlo entre rejas solo lo atenúa el señalamiento a los culpables, que en este caso son los Mossos y, como siempre, Pedro Sánchez. Más de lo mismo. Lo que parece incuestionable es que el expresident nos despistó a todos y que no está dispuesto a regalar la fotografía de su caza tras siete años en el exilio belga cuando hay una ley de Amnistía aprobada en el parlamento español que también le alcanza. Una ley que los jueces han decidido ignorar en contra de la voluntad de la mayoría del Congreso y con cuya aprobacion se quiso abrir una oportunidad al reencuentro en Catalunya. No puede haber muchas dudas de quién pone los obstáculos para avanzar hacia ese nuevo tiempo que inaugura Salvador Illa gracias al apoyo de ERC. ¿Qué ha buscado Puigdemont con su sorprendente maniobra? Es la pregunta que surge en torno a un político que rompe los moldes, porque su acción chirría con el pasado institucional y de orden del que proviene y de la sociología que le acompaña.
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