Hubo un tiempo en el que los posados desnudos, principalmente femeninos, se pagaban a golpe de talón. Millonadas para ilustrar portadas con curvas cuyas ediciones se agotaban en los quioscos y decoraban las paredes de talleres y almacenes. Hoy día, sin embargo, lucir los atributos es tan habitual como hacerse un selfie en una playa o en un remoto paraje turístico. Famosas y famosos muestran sin reparo alguno sus cuerpos desnudos para deleite de sus fans y de las crónicas de cotilleo. El juego ahora pasa por librarse de la censura a la que les someten las redes sociales, que adolecen de un puritanismo paradójico, por no decir discriminatorio. Pechos sí, siempre que sean masculinos o de mujeres amamantando, pero nada de pezones de chicas. Esos cuerpos perfectos que veneraban en la Grecia clásica y ahora se difunden en un instante al mundo a través de un objetivo siguen generando expectación, sobre todo como icono del sexo y el erotismo. Los cuerpos desnudos son objeto de modas también. Pero la desnudez ha tenido y mantiene actualmente otras lecturas. Desde la protesta a la humillación, incluso puede erigirse como acto de libertad, aunque no siempre desnudarse sea sencillo.
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