Sentados a una mesa, uno lanza una pregunta: “¿Dónde está la plaza España en Donostia?”. La mayoría, al unísono, responde: “No hay”. “Sí, sí hay”. Entre el paseo de los Fueros y la confluencia del paseo de la República Argentina, la calle Santa Catalina y la plaza Ramón Labayen hay una pequeña plazoleta que pasa inadvertida. Se encuentra delante de la sinuosa escultura de Mendiburu, que engalana la primera manzana de la avenida de la Libertad. Sus dos carriles la atraviesan y el cartel con su odónimo cuelga tímidamente de un poste en la mediana que separa el tráfico. Tras la sorpresa, surge el debate en la mesa. Hay quien especula que todas las capitales tienen la obligación a tener un lugar así. Otro ríe del hecho de que nunca nadie podrá enviar una carta con esas señas porque, sencillamente, no tiene portales. Recurro a mi completa biblioteca de curiosidades donostiarras y consulto San Sebastián. Sus calles y principales monumentos, de María Oyarzun, archivera municipal a mediados del siglo pasado. Ahí está. La plaza Elíptica pasó a denominarse España en 1913, para conmemorar el centenario de la destrucción de la capital. Y en 1937, los fascistas dieron ese mismo nombre a la avenida contigua. Vistos los resultados de Mélenchon –que, por otra parte, tampoco son tan buenos–, me lo imagino escribiendo a España para ver cómo se gobierna algo así. Le ocurrirá como a los independentistas vascos, a los que las cartas les llegan de vuelta por no encontrar destinatario.