El odio cotiza al alza. Cada vez son más los jóvenes que canalizan su frustración mediante el rechazo al diferente. Las redes sociales propagan mensajes absurdos para cualquiera que tenga un ojo despegado del móvil y reflexione en base a la realidad, pero esto es cada vez menos habitual entre algunos sectores. Discursos falsos se hacen virales y crean un estado de opinión difícilmente superable. La mala situación económica no es entendida como una consecuencia del sistema o de la gente que controla el dinero, no. Es del pobre, más pobre que tú, el último. El que no tiene nada, que sobrevive gracias a la caridad, es el culpable de que tus condiciones laborales sean malas o de que tu sueldo no te dé para comprar lo que necesitas. La culpa es del último una vez más, como tantas otras veces. Los sentimientos de solidaridad o empatía en gran parte han muerto entre los nuevos adultos, el futuro y presente de la sociedad. Y es que la reflexión profunda y el intento de comprender las dinámicas que nos llevan a una situación u otra se han sustituido por vídeos de un minuto con mensajes simples. Y aquí está la clave. El odio es demasiado fácil de colar y la empatía requiere mucho más esfuerzo.
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