Ha llegado el verano envuelto en un tiempo desapacible que niega su sitio al sol, al que tampoco veremos hoy antes de que la noche quede iluminada por miles de hogueras a lo largo y ancho de la geografía vasca. Parece una afortunada coincidencia el anuncio del nuevo Gobierno Vasco con una fecha de tanta carga simbólica como la víspera de San Juan. Esas virtudes renovadoras que se le atribuyen al fuego de verano son las que se esperan del nuevo lehendakari y su ejecutivo para encauzar los problemas que él mismo prometió combatir en su discurso de investidura. Se ha destacado, con razón, el talante que predominó en la sesión celebrada en el parlamento vasco, en comparación con el envenenado ambiente del Congreso español. Es un síntoma que habla bien de la política vasca y que tiene que ser aprovechado para que tratar de lograr amplios, rápidos y eficaces consensos en aquellos asuntos que afectan a la calidad de vida de la ciudadanía y que todas las sensibilidades políticas están de acuerdo en que hay que mejorar. Salud y vivienda son dos de esos asuntos. Es tradición de los estudiantes arrojar al fuego los viejos apuntes, como símbolo del fin de las penalidades acumuladas durante el curso. ¡A la hoguera con los malos espíritus y los malos rollos! Arrojemos pues a las llamas a aquello que deba ser quemado pero con cabeza, que el país, pese a lo que se dice y se oye, funciona. Y por lo que se ve por ahí, ni tan mal.