He de reconocer que he seguido, mientras el horario de mi trabajo me lo ha permitido, la presente edición del programa de supervivencia de Telecinco por el interés que me despertó conocer a un par de allegados de uno de sus concursantes, Gorka, que el domingo fue expulsado, a las puertas de la final de ayer, tras más de cien días alejados de la realidad.

Iluso o ingenuo, como quieran, de mí por pensar que este reality show primaba las cualidades de supervivencia para superar las extremas adversidades que se encuentran los participantes en la isla. Sí, es cierto que el público valora la capacidad de sacrificio (pasan hambre), la generosidad (suelen compartir lo poco que tienen) y la solidaridad (ayudarse en tareas que algunos dominan menos que otros, como la pesca, es también habitual) que derrochan los concursantes, pero un factor determinante para llegar hasta el último momento del programa y tener opciones de ganarlo es caer bien a los compañeros (para que no te nominen) y al espectador (para entretenerle).

Y es aquí donde, como dijo uno de los participantes faranduleros que fue eliminado hace semanas, entra en juego “dar contenido”. Es decir, este personaje, que por cierto arremetió gratuitamente contra el defensor de Gorka, el exciclista David Seco, dejó claro que aquí lo que vale es otro tipo de espectáculo, no el que ha sabido generar tan bien el guipuzcoano. Por lo tanto, ¿prevalece la supervivencia o el exhibicionismo?