Buceando en el archivo, me doy cuenta que la integración del Estado español en la familia europea, Comunidad Económica se llamaba entonces, fue unos meses anterior que el referéndum de la OTAN. Sin embargo, creo que la organización atlántica era una realidad más cercana en aquel contexto de guerra fría, división del mundo en bloques y tensión nuclear. El ideal de Europa, tal y como lo vivimos hoy día, era un concepto extraño todavía y lo relacionábamos con la economía y los mercados. Poco a poco, ese ideal ha ido cuajando hasta ocupar un espacio de nuestra identidad. A diferencia de los británicos, creo son minoría los que hoy estarían dispuestos a dar marcha atrás en este proceso. Pese a todas las imperfecciones y deficiencias que queramos buscarle, todavía hoy la democracia europea, en su doble dimensión de derechos humanos y estado del bienestar, constituye un hecho diferencial en el mundo. Pero nada es para siempre. El filósofo Daniel Innerarity advertía hace unos días que la extrema derecha se ha dado cuenta que el antieuropeísmo no le renta, por lo que ha modulado su discurso, lo que le hace más peligrosa. No aspira a destruir la Unión sino a cambiar su esencia. Y ese cambio traerá también el impulso nacional de los estados. Ya hemos visto que a Feijóo no le duele Vox, que forma parte del grupo parlamentario del partido de Meloni, a la que Von der Leyen ha blanqueado. Podemos imaginar los planes de la extrema derecha hacia realidades como la vasca. El próximo domingo no cabe la pereza, hay que votar.