Nunca es tarde para descubrir que los vikingos no llevaban cuernos. Una visita al Viking Museum de Estocolmo echa el mito abajo nada más subir las escaleras. “Los vikingos que usted imagina cuando le hablan de vikingos no son vikingos”. Entonces, ¿qué son? Esa imagen se inventó hace 200 años. Fue un sueco quien quiso mitificar la fuerza guerrera de aquella gente que 800 años antes arrasó Europa. Lo que les interesaba, eso sí, lo dejaban en pie. Como cualquier ejército contemporáneo. Al frente de aquella fuerza, capaz de transportar sus barcos por tierra para sorpresa de sus enemigos —¿quién espera un ataque fluvial si no se ven barcos subir por el río?—, situaban su fuerza de elite: los berserkers. Drogados con polvos de amanita muscaria reventaban todo lo que se ponía por delante con un halo de furia e inmortalidad. Eran tan buenos en lo suyo que había que destinarlos solo a sus misiones. Casi mil años después de aquellas tardes, Steve Strid y Claes Andréasson ofrecen una recomendación en El Manifiesto Vikingo: “Pon berserkers al frente de tus naves, pero no les dejes el timón”. Basta leer los periódicos para comprobar que los berserkers llevan hoy el timón. Que han espantado a la moderación y la templanza. Quién sabe por cuánto. Si este tiempo de berserkers acaba de empezar.
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