Cuando el escritor irlandés George Bernard Shaw dijo aquello de que “la juventud es una enfermedad que se cura con los años” no podía imaginar que un siglo después nos estaríamos refiriendo a personas que rondan los treinta. Casi hasta esa edad ha tenido que elevar el Gobierno Vasco el plan Emantzipa mediante el que concede una ayuda mensual durante dos años a jóvenes entre 25 y 29 años para que puedan abandonar el hogar familiar. Es un lugar común decir que ser joven no es fácil, cuando lo que es difícil es dejar de serlo y alcanzar esa independencia que es la que de verdad establece la frontera entre la juventud y la edad adulta. Es justamente eso a lo que se ha referido con una claridad meridiana, pero sobre todo con argumentos incontestables, el presidente de Kutxabank, Anton Arriola, en un encuentro con empresarios vascos. Sin pelos en la lengua admitió que a los jóvenes se les está pagando con salarios “extremadamente” bajos, retribuciones injustas que frenan la voluntad de emancipación. Dos datos: 1- En 2011 el 69,3% de los menores de 35 años tenía una vivienda en propiedad frente al 32% en la actualidad; 2- La generación del baby boom alcanzaba el salario medio a los 27 años cuando los jóvenes de hoy lo logran a los 34. Estas pinceladas de una radiografía más profunda del problema contradicen ese lamento empresarial por la falta, no solo de talento, también de mano de obra. Ahora que la amenaza ultra sobrevuela Europa, no hay que perder de vista que estas situaciones injustas también afectan a la fe en la democracia.