Después de largos años de letargo, la batalla por el coche eléctrico parece presentarse más encarnizada que nunca. La cuenta atrás comienza y las marcas chinas empiezan a fabricar en Europa, mientras Bruselas aumenta la presión sobre Pekín. Una conocida acaba de regresar de un viaje de trabajo en Shanghái, la ciudad más grande del país y un núcleo financiero mundial. “Es increíble, viven para producir”, repite estos días después de haber visitado empresas que cuentan en sus instalaciones con gimnasios para cuidar el cuerpo de los obreros como una herramienta más de trabajo. A corto plazo, asegura, “nos van a pasar por encima”. La verdad es que no parece precisamente sencillo competir con un país cuyo sistema de producción es una suerte de “esclavitud moderna”, que exige a los empleados que dediquen toda su existencia a la empresa, con un solo día de descanso semanal. Así que China parece haber pisado el acelerador, consciente de que la industria automovilística camina en su transición hacia el coche limpio en 2035, cuando los Veintisiete han acordado el fin de la venta de los vehículos diésel y gasolina. Las marcas asiáticas trabajan sin descanso para ganarse a los europeos con sus coches eléctricos low cost. Condiciones idóneas para el cambio. ¿Será el definitivo? l