Hay días que no quieres escribir de lo que se supone que ibas escribir. No sé si es una lucha entre mente y corazón, que diría alguno. O son las vísceras las que asoman para decir que no. El caso es que escribir, como leer, dicen que es terapéutico, pero también es una cabronada. A mí me pasa cuando se acerca el primer domingo de mayo. Mañana. Estoy ya con la alerta puesta toda la semana, así como tenso y de mala hostia, y según se acerca el día pues voy a peor. Por muy invento comercial que digan que es. Pero también pasa en los cumpleaños. En el suyo y en el mío. Y en la puta navidad, que ya perdió la mayúscula. Sabías que la fecha en la que se esfumó la ibas a odiar para siempre con todas tus fuerzas, pero nadie te había contado que las que eran sinónimo de algo bueno también se joderían. Si a la lista vas sumando otros familiares escapistas, los tachones te ponen perdido el calendario y las ganas de escribir. A veces, ya digo, lo esquivas y recurres a alguna cosa trivial que, por suerte, no destacas por lo profundo de tus textos (así que quién lo va a notar); otras, como hoy, tiras para delante con el tema para al menos desear a quien se asome a este rincón de la página en multipropiedad que, si puedes y tienes con quién, mañana paséis un día cojonudo.