Un amigo arquitecto, cansado de trabajar como falso autónomo –algo muy habitual en su oficio–, decidió ponerse por su cuenta. Optó por hacer andamios. Cobraba 350 euros más IVA por cada uno. Tenía que hacer muchos y hacerlos bien: si alguno se caía se le podía caer el pelo a él. Me acordé de esto al visitar la más reciente exposición de Tabakalera, que incluye la pieza en acero Azpitik doaz, de Sahatsa Jauregi. Nos encontramos ante otro caso en el que el artista se esconde tras la conceptualización, donde la historia se desarrolla como farsa y luego como tragedia. Lo de Jauregi no es un andamio aunque luzca como un andamio, es una “máquina” performativa con paneles móviles que permiten que el público interactúe con ellos o se suba a la estructura. Espero que tenga un buen seguro anticaídas. Alguno dirá que, si está expuesta en Tabakalera y el Reina Sofía compra piezas a la creadora, el que no tiene ni idea soy yo. Sobre lo primero: a menos de 50 metros de este centro existe un colectivo de artistas de gran repercusión internacional que dudo que hayan sido invitados a exponer en esa casa. De lo segundo hay que recordar que el museo madrileño perdió una obra de 38 toneladas de Richard Serra. Da qué pensar. Mi amigo arquitecto, por su parte, sopesa seriamente dedicarse a la escultura. Le digo que sí, que lleve a las instituciones a ver sus andamios, que igual vende obra.