Ahora que el programa de procesiones de Semana Santa ha finalizado, ya nos podemos relajar y dejar de sufrir cuando llueve. Aunque la lluvia sea molesta y chafe planes de todo tipo, me encanta que caiga el agua si estoy bien protegida. Sobre todo cuando bajan peligrosamente los niveles de los embalses. Recuerdo restricciones en Donostia hace varias décadas y no me apetece repetir. Defiendo la lluvia en estas líneas porque nadie me va a contestar. Cuando lo expreso de viva voz, mis amistades antilluvia se echan las manos a la cabeza. Pero nadie llega a llorar desesperadamente cuando jarrea, como hemos visto con la suspensión de algunas procesiones. La lluvia de lágrimas es contagiosa y el sufrimiento de sus protagonistas, real. Una emoción contenida que se desborda como cuando el equipo de fútbol pierde la final del campeonato. Llevamos meses oyendo hablar de la sequía, que afecta especialmente a zonas como Catalunya y Andalucía. Sin embargo, cuando se escuchan las plegarias del campo, muchos se desesperan porque no pueden salir junto a las imágenes andantes. Decía Audrey Hepburn en la película (doblada) My Fair Lady que “la lluvia en Sevilla es una pura maravilla”. Pues a muchos les parece la peor de las maldiciones. Y ya estamos en abril, “aguas mil”. Que se llenen los pantanos.