No podían imaginar los organizadores del primer Aberri Eguna, en 1932, cómo sería la sociedad vasca del siglo XXI cuando eligieron como fecha el Domingo de Resurrección. Casi cien años después, el consumismo se ha convertido en la nueva religión y viajar, en el rito de la nueva fe si el calendario nos brinda varios festivos seguidos. Estos días, los vascos visitan el mundo mientras nuestras calles y plazas más distinguidas se llenan de turistas. Es una realidad común a casi todos los países, donde la población aprovecha la primera oportunidad para desertar en masa en busca de placeres más mundanos. Hay que reconocer que el Aberri Eguna vivió épocas más vibrantes, sobre todo en la transición, cuando se venía de una larga y cruel dictadura y estaba todo por hacer. El de hoy estará marcado por las elecciones, donde las dos principales fuerzas del país rivalizan por primera vez con el resultado totalmente abierto, a tenor de lo que dicen las encuestas. Las dos familias abertzales han representado en los últimos cincuenta años dos modelos distintos, antagónicos en algunos aspectos, pero esa distancia se ha estrechado por el corrimiento de una de las fuerzas a la centralidad que históricamente ha ocupado la otra. Una enmienda a la totalidad de la antigua estrategia, que ha pasado de la concreta liberación nacional a la más ambigua “ambición nacional”, y una admisión de que la construcción nacional de manera gradual fue la vía acertada.