La respuesta de La Moncloa al 11-M se gestó a 20 metros bajo tierra. El presidente español, José María Aznar, estaba convencido –“hecho una furia”– de que era ETA quien le quería poner ese broche macabro a su mandato. Su hijo y su yerno, de visita en el palacio procedentes de EEUU para vivir el final del mandato de su padre y suegro, pensaron en Al Qaeda al ver los trenes. Terminaron convencidos de la otra hipótesis. El entrecomillado y la anécdota los cuenta Casimiro García-Abadillo en el libro 11-M. La venganza editado aquel mismo 2004 con un fotograma del vídeo de los suicidas de Leganés en portada. En el búnker de La Moncloa, Aznar citó a sus hombres de confianza. El titular de Interior llegó más de media hora tarde a la reunión de una especie de gabinete de crisis que no reunía a los cargos que la Ley contemplaba para el Gabinete de Crisis. No estaban ni los ministros de Exteriores, Hacienda o Defensa ni el director del CNI. Apenas se debatió sobre la autoría. Era ETA y la respuesta debía ser clara: “Con las víctimas, por la Constitución y por la derrota del terrorismo”. Una pancarta con un mensaje: no estar con la Constitución era estar contra el Gobierno del PP. Veinte años después, aquel lema del búnker aún explica la política española, un pleno del Congreso de los Diputados y las tertulias de TV.