Se han cumplido dos años desde que Rusia inició la invasión de Ucrania. La guerra, sin embargo, es bastante anterior. Ahora mismo, nadie es capaz de vislumbrar un final y en el campo de batalla las posiciones parecen estancadas, aunque los observadores hablan de una paulatina decantación de las opciones hacia el bando ruso como consecuencia de la débil capacidad defensiva de las fuerzas ucranianas, que imploran por la máxima ayuda militar para seguir alimentando el objetivo de la derrota de Rusia y la recuperación de los territorios ocupados. De momento, para ese objetivo Ucrania cuenta con el apoyo de la OTAN y de la Unión Europea y en esa línea hay que entender también los mensajes que reclaman un aumento en los presupuestos de defensa, teniendo en cuenta que, además de la amenaza de Putin, asoma en el horizonte la posible victoria de Trump, al que no le importaría abandonar a Europa a su suerte. En este contexto, surgen algunas preguntas: ¿Es posible derrotar a Rusia y expulsarla a las fronteras anteriores de la invasión? ¿Qué salto tiene que dar Europa en su nivel de implicación para hacer posible ese objetivo irrenunciable? ¿Y si se da ese salto, qué consecuencias tendría para la ciudadanía europea? Es hora de explorar otras soluciones, que pasan necesariamente por una negociación que el renovado discurso belicista no quiere ni oír hablar, pese a que tarde o temprano ocurrirá.