El fútbol tiene más de un problema y la Superliga no es el mayor de ellos, por mucho que un club privado de grandes quiera marcar las cartas del juego y ganar siempre. La madre del cordero es la violencia, en toda su escala, desde agresiones que cuestan vidas, a casos de intolerancia, fobias mal entendidas e ímpetus exacerbados, que se manifiestan en una notable falta de respeto hacia los rivales en más casos de los que creemos. Estos ojitos han tenido que ver ya en categoría alevín e infantil sendos episodios impropios de cualquier actividad deportiva. En un lado, un niño de diez años pellizcando a un rival e insultándole al oído en pleno juego; y en otra, una familiar que tuvo que ser expulsada del recinto deportivo por el árbitro, al que amenazó, según recogió éste en el acta. Más tarde nos enteramos que esa misma persona había estado intimidando a la guardameta rival, una niña de doce años, situándose detrás de ella durante el encuentro y mandándola callar cada vez que ésta animaba a sus compañeras. Pasados a mayores, ayer la policía francesa informó que había evitado in extremis un ataque de doce ultras parisinos a medio centenar de aficionados de la Real que se encontraban disfrutando del ambiente prepartido. ¿No es hora de empezar a cambiar?