El mundo rural no atraviesa su mejor época. Vivimos de espaldas al campo y de ahí se deriva una mirada urbanita llena de desconocimiento e incomprensión, que impone sus valores con graves consecuencias. El que fuera ministro Manuel Pimentel ha publicado un libro titulado La venganza del campo en el que advierte que la normativa comunitaria ahoga a la agricultura. El aumento de los precios agrícolas, que no habría hecho sino empezar, es la consecuencia más visible de ello. En Gipuzkoa, el sector rural conforma un universo pequeño que apenas representa el 0,4% del PIB y en el que trabajan cerca de un millar de profesionales, con una edad media de 52 años. El sector se articula en un modelo basado en el caserío, espacio físico en crisis por falta de relevo generacional. Pese a su reducido tamaño, olvidamos que los y las baserritarras gestionan y cuidan nada menos que el 60% del territorio, el pulmón al que escapamos para reparar los males de nuestro modo de vida urbana. Esta semana, en las Juntas Generales se han debatido asuntos vinculados al mundo rural de indudable interés general como las batidas de caza para contener a la fauna salvaje; la situación de semiabandono de una parte importante de los pastos de Aralar por las dificultades que encuentran los pastores; o la puesta en marcha de una ponencia sobre los bosques, de los que cada vez se ocupa menos gente. Limpiemos las gafas de prejuicios urbanitas y recuperemos una mirada que restaure el prestigio de esta milenaria y necesaria actividad.