Ya no puedo decir que Botero es mi artista vivo favorito, si acaso tendré que hablar de contemporáneo o recurrir a algún sucedáneo, porque el pintor y escultor colombiano murió ayer a los 91 años. Y lo cierto es que no tengo con quién sustituirlo. Me ha dejado huérfano de artista. A Botero lo descubrí cuando yo era un crío, sorprendido por las formas y colores de sus pinturas, mucho antes en realidad de que me tocara en aquella asignatura que teníamos los que optábamos por esa puerta sin salida que eran las letras puras. Éramos los que dábamos la clase a oscuras y nos ponían filminas, que ya entonces era una palabra que sonaba caduca en boca de los profesores porque nosotros decíamos diapositivas. Más moderno. Pero me salgo del tema. A lo que iba, es que Botero me ha gustado siempre tanto, tanto, tanto que no tengo una obra preferida porque son muchas, pero hace años una de sus pinturas aparentemente más simples, un bodegón llamado Pera, me ayudó a dar cuerpo a un relato sobre una pera que se creía un limón, o al revés (nunca recuerdo bien lo que escribo) pero le pasaba algo horrible o precioso, a sus ojos, y hace poco alguien me sorprendió en un taller de escritura rescatando y prestando su voz a aquel texto que incluía la imagen del cuadro de Botero. Ojalá mi mundo tuviera tanto color y tantas curvas como el suyo.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
