Escondida tras un matorral, ajena a los ojos que la observan, la tortuga permanece inmóvil hasta que en un arranque inesperado extiende las patas, saca la cabeza y comienza a caminar pausadamente. Su caparazón llama la atención frente al de la otras tortugas que deambulan con tranquilidad por el mismo terreno. Lleno de pirámides, es incluso hasta más estético que el del resto. Sin embargo, esta deformidad esconde la ligereza con la que decidimos tener mascotas en nuestras casas. En realidad, esa tortuga sufre de piramidismo, una deformación del caparazón producida por un crecimiento excesivo debido a diversas razones, aunque generalmente tiene que ver con una mala alimentación por parte de sus cuidadores. Esta enfermedad complica mucho la vida y reproducción de las tortugas y, por desgracia, no se puede revertir. Como ella hay otras compañeras abandonadas que han acabado en un centro de recuperación de animales, donde también hay serpientes cuyos colores han sido manipulados para resultar más atractivas, cabras, llamas, suricatos, mangostas, lobos y un sinfín de seres que extraídos de su hábitat natural para formar parte de la decoración de interior acaban finalmente abandonados sin opción de regreso para terminar sus días recordándonos que nuestras acciones más banales determinan sus vidas.