A Luis Rubiales se le va la presidencia de la RFEF en algún punto entre luchar por la igualdad en Arabia Saudí abriendo aseos para mujeres en los estadios y besar a una jugadora en la boca sin permiso. Horas después de la final del Mundial, la RFEF adjudicó a la futbolista unas palabras que no pronunció mientras un avión volaba con deportistas, federativos, familiares, patrocinadores y demás representantes políticos. Unas no querían polémica para no tapar su éxito. Los otros, por no intervenir en la RFEF. Quién sabe en qué se hubiera quedado todo si Rubiales no se viene arriba con ese radiofónico “idiotas, estúpidos y tontos del culo”. El escándalo ha alcanzado tal altura que la misma FIFA que llevó un Mundial a Rusia y otro a Qatar ha sido la primera en suspender a un presidente que los medios internacionales no sabían ni quién era hasta el beso. Los mismos que han llevado a sus portadas los aplausos de una asamblea extraordinaria de lo más ordinaria y zafia. Historia del lado oscuro de ese fútbol que suele ser noticia por episodios racistas y homófobos en los estadios mientras el portero de turno todavía escucha cabrón, hijo de puta y maricón, que tu madre se casó por dinero. Alguien pensó que en un mundo en el que aún se canta eso un piquito no sería nada. Y calculó mal.