La Semana Grande de Donostia es al helado de cucurucho lo que la Navidad es al turrón. Y sí, ahí tenemos también esa grotesca mezcla de turrón y helado que sirve para unir las dos temporadas festivas por excelencia en las que los buenos propósitos se van siempre al garete. No me gusta el turrón blando y quizás sea por eso que no trago con el helado de turrón. Lo probé casi por obligación una vez porque siempre me critican que voy a lo seguro. Era de turrón pero me supo a mazapán. Como aquella tarta helada de whisky que sirvió para celebrar mi séptimo cumpleaños porque cae en veranito, nos acabábamos de mudar y la pastelería de referencia se había esfumado. Fue la primera pista de que mis padres igual no me querían tanto como decían, pero también el mejor antídoto contra el asalto al mueble-bar que tanto se practica en la adolescencia. Todavía hoy el whisky me provoca el mismo asco que el dichoso helado de turrón. Pero a lo que iba, que me lío, es que hoy se inaugura la fiesta del cucurucho. Del helado artesanal, que dicen los finos; del helado italiano, que dicen los viajados. De la tarrina, que piden los especialitos. Es tiempo de fuegos artificiales y helado, aunque me temo que en ambos sectores hace años que está todo inventado y hay siempre lo mismo, pero nos hacemos los longuis porque nos permite ir de listillos.