Desde el 2 de agosto, la humanidad vive de prestado. En esa fecha, poco más de doscientos días después de comernos las uvas, agotamos todos los recursos ecológicos que nuestro planeta es capaz de regenerar en un año, según los cálculos de Global Footprint Network, sistema que registra el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra. Lo cierto es que la humanidad necesita los recursos de 1,75 planetas al año para saciar su voracidad y lo peor es que la gula es irrefrenable. Cuando se empezó a medir este indicador, en 1970, el desequilibrio ocurrió el 29 de diciembre, contrayendo una deuda asumible para un planeta tan generoso con la especie humana como la Tierra. Y así es como se lo hemos agradecido, consumiendo cada vez antes todo lo que pone nuestra disposición en un año. El nuevo récord está en siete meses. A este ritmo, no pasará otro medio siglo antes de que seamos capaces de quemarlo todo en la juerga de Nochevieja. Pero no seríamos justos con la verdad si nos conformamos con poner la mirada en la media mundial sin meter el bisturí al reparto de este derroche por países. Todo el primer mundo acaba con los recursos que le corresponden en la primera mitad del año, glotonería que comparte con países como Arabi Saudí o Catar, el más despilfarrador. Si todo el mundo viviera como un catarí, la humanidad necesitaría nueve planetas como la Tierra para ser sostenible. El segundo mundo entra en números rojos en el segundo semestre del año, con Jamaica cerrando la clasificación en diciembre. El Tercer Mundo, casi toda África, no supera el límite de sobrecapacidad. Y luego hablamos de la deuda de los países pobres.
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