Los picotazos de mosquito en nuestra casa se reparten sin ningún tipo de justicia social. En concreto, estos lindos animalitos concentran toda su mala leche en una persona de esas por las que Belén Esteban Ma-ta. 21 picaduras en dos noches creo que son un buen registro, sin querer entrar en disputas de récords Guinness. No funcionan ni los repelentes, ni las pulseritas, ni un sinfín de elementos que nos han ido vendiendo aquí y allá, así que esta vez nos hemos echado en manos de un cacharro que anuncian en redes sociales. Si un grupo de adolescentes es capaz de sumergirse en la piscina con el móvil metido en una funda impermeable para seguir instagrameando en remojo, pensaba yo que los productos que les intentan vender tienen que ser la bomba. Pero no. El trasto en sí es una tomadura de pelo. Sólo valía 30 y pico euritos y había que probar. Además de meter ruido y gastar electricidad, los picotazos te los llevas igual. Todos sabemos que nos habría ido mejor mi método tradicional, zapatilla en mano. Pero como tenemos las paredes blancas, no me dejan aplicarlo así como así, y cuando soy requerido de forma urgente, se me advierte del tema en cuestión, así que me presento con papel higiénico sujetado como los palillos chinos y les intento hacer la pinza a los bichos, sin espachurrarlos contra la pared. No es suela de zapatilla, pero voy tirando, aunque a veces también me toca pasar un trapo húmedo. Progreso le llaman.