cansados de esta especie de Guerra Fría de última generación, en la que se retuerce la realidad hasta límites insospechados, metemos un pie en el agua. Es hora de refrescarse y desconectar por unos instantes de mensajes apocalípticos que presentan a los menas (menores no acompañados) como violentos delincuentes y asaltantes de ancianitas, a las feministas como brujas y a los inmigrantes como un peligro para la civilización. El agua de mar siempre resulta terapéutica, pero el ritmo cardíaco se acelera en esta ocasión, temerosos de los males que, maldita sea, también acechan en este mar Cantábrico. “¿Alguna novedad entre carabelas portuguesas, orcas asesinas, algas tóxicas y vertidos de fuel-oil? ¿Algún sabirón despistado?”. El socorrista de Ondarreta, valeroso como él solo, ha hecho de avanzadilla a primera hora de la mañana, y aunque no es un comandante de la Brigada de Infantería de la Marina, ahí que se la ha jugado él, sin neopreno ni nada. Enarca una ceja y, como el portero de discoteca que te perdona la vida dejándote pasar, dice que adelante, que todo está tranquilo en la inmensidad del mar. Y te das el chapuzón, y sales del agua, y el caso es que no ha pasado nada. ¿Y por qué tanta sensación de inseguridad? En el saco sin fondo de la estrategia del miedo, que tanto paraliza, lo mismo entra Vox que las dichosas medusas, o lo que sean.