No era fácil imaginar cómo podía ser el tiempo posterior al fin de ETA. Mejor que el pasado seguro que sí, pero la profundidad de las heridas presagiaban una resaca larga y difícil de curar, aunque embriagados por la atmósfera que desprendía aquel nuevo tiempo tan anhelado, tal vez, nos dejamos llevar por una euforia que, con el paso de los años, se ha ido apagando ante la evidente dificultad de cerrar más cuentas pendientes de las que nos gustaría. Lo que creo que no entraba en las previsiones de casi nadie era que doce años después del fin de la violencia, con ETA oficialmente disuelta, la organización fuera resucitada en beneficio de una indecente estrategia electoral para alcanzar el poder a toda costa. Hasta las víctimas del terrorismo que se interponen en este plan han dejado de ser intocables. Sobre la ética de la campaña que ha convertido la coreada rima en la música oficial del antisanchismo, que lo mismo se canta en las plazas de toros que en fiestas o en bodas, ya conocemos lo que opina la derecha, tanto la extrema como la muy extrema: es un poco feo porque ofende a algunas víctimas, pero como da votos, a seguir dándole a la manivela. No hace mucho, estos que ahora se regocijan ante el popular pareado, expresaban su indignación porque en Euskadi las generaciones más jóvenes desconocían quién era Miguel Ángel Blanco. Hoy, ya vemos de qué forma le recuerdan.