Pues me siguen llamando por teléfono. La diferencia desde que ha entrado en vigor la ley antispam telefónico, que impide realizar llamadas indiscriminadas y no deseadas para venderte una burra que no necesitas, es que ahora nadie habla al otro lado. Vale, antes alguna vez también pasaba que la maquinita loca se ponía a llamar a más gente que teleoperadores tenía disponibles para dar la turra. Pero ahora, tras un par de días sin llamadas no deseadas, desde que entró en vigor la ley, ha vuelto a sonar el teléfono acompañado de esa exclamación que te avisa de una llamada sospechosa. Pero aunque descuelgue, nunca habla nadie. Silencio hasta que cuelgan. Y pienso, claro, si alguien se habrá dejado el aparatejo encendido y sigue marcando automáticamente miles de números de teléfonos por minuto desde una nave industrial que se ha quedado vacía con un par de papeles tirados en el suelo por las prisas en marcharse. O igual esto es como lo de dejar de fumar y han decidido hacerlo poco a poco, primero reduciendo las llamadas, luego sin ponerles voz y ya, cuando se vean fuertes y capaces, dejarán hasta de llamarnos por teléfono, como un día los vendedores de enciclopedias dejaron de aparecer en nuestra puerta porque nadie les abría... o porque ya no se escriben enciclopedias.