La pareja de baile del PP en más de cien ayuntamientos y comunidades autónomas tras las elecciones forales del pasado 28 de mayo ha desvelado el programa electoral con el que concurre a las generales del 23 de julio. Habrá quien se eche las manos a la cabeza por la letra del documento, pero no dejan de ser intenciones que, más alto o más bajo, las ha expresado de forma recurrente: fin del estado de las autonomías, recentralización de las competencias, supresión del concierto económico, derogación de las leyes del aborto y la eutanasia, ilegalización de los partidos independentistas, etcétera. Es lo que lleva diciendo toda la vida desde que se dio a conocer allá por 2014. Por una razón o por otra, lo cierto es que Vox acaba siendo el perejil de todas la salsas. Estar permanentemente en el primer plano de la actualidad política es una habilidad que manejan con maestría. Con este programa que parece de máximos pero que, como el lobo, solo enseña la patita, la ultraderecha tiene carrete hasta el día de las elecciones, entre otras cosas, porque pone a Núñez Feijóo en el brete medir su propuesta con la de Abascal. La estrategia del avestruz no le va a valer, aunque los pactos firmados tras las municipales son la prueba de que internamente el bochorno está descontado. Lo que aumentará serán los decibelios de ese mensaje que ya pide dejar gobernar a la lista más votada.