Llevo un tiempo que, obligada por el día a día, sólo escribo en esta ventanita sobre cosas feas, muy feas. Y hoy, por fin, voy a escribir de una historia pequeña pero bonita, o al menos así me lo parece. Hace unos días estaba una amiga con su madre sentada junto a la playa de Ondarreta viendo pasar la vida y a las personas que la adornan o la ensucian. Su madre es una señora estupenda que ya ha dejado atrás los 90 años pero que sigue conservando una estampa envidiable. Es guapa por fuera y por dentro, una suerte para mi amiga que ha heredado esa belleza reversible. Pues allí estaban las dos tras celebrar juntas el 66 aniversario de un matrimonio en el que una de las partes ya no estaba. Sentadas mirando al Cantábrico y hablando, quizá con un tono un poco alto para que la homenajeada no perdiera detalle, estaban madre e hija cuando por delante pasó una pareja también bien entrada en años. El hombre se paró, miró a la madre de mi amiga y le dijo: “Yo he bailado contigo en Igeldo hace 70 años”. No sin cierta vergüenza, ella le contestó que era probable que así fuera. Él le respondió: “No me olvido de lo guapa que eras”. Y siguió su paseo del brazo de su mujer. Los recuerdos no envejecen. Ese baile sigue existiendo, la música suena. ¿No es bonita la historia?
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