Recep Tayyip Erdogan se jugaba este domingo buena parte de su crédito político en unas elecciones presidenciales y legislativas en las que no ha escatimado anuncios ni inauguraciones. Puntos sociológicamente claves de Turquía, como la gran ciudad de Estambul, disfrutan estos días de obras recién acabadas o proyectos terminados como el Museo Istanbul Modern reconstruido, la nueva mezquita del barrio de Levent o el gran parque abierto donde estaba el antiguo aeropuerto internacional. Toda la carne en el asador sin excesivo control de una Junta Electoral Central que pueda amonestar al Gobierno como le ha pasado a la ministra portavoz española, Isabel Rodríguez. La alta y la baja política del Estado ya se han acostumbrado a la legislación electoral de 2011, que con unas elecciones convocadas prohibía actos de propaganda con recursos públicos, no fuera que nadie tuviera las mismas tentaciones que Erdogan. Doce años después, se rematan peatonalizaciones, se abren parques para disfrute ciudadano o incluso se realizan adjudicaciones en campaña electoral y no pocos ya fardan de ello, sin actos oficiales pero en redes sociales. El lugar donde más impacto puede lograr hoy la política. A uno le queda la duda de si esas publicaciones que sortean la ley de 2011 decantarán el voto o si el personal no compra gato por liebre.
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