Una conocida del barrio se ha mosqueado con su hija porque se ha sometido a un tratamiento de ácido hialurónico en los labios. Al parecer, los implantes de silicona líquida son historia y ahora es el ácido el que lo peta para lucir más sensual, darse volumen y toda esa vaina. La chavala ya está en edad de tomar sus propias decisiones, y allá que fue, a la consulta de medicina estética sin encomendarse a nadie. Por lo visto, los efectos de la dichosa sustancia van disminuyendo de forma gradual y en seis meses vuelven a su estado inicial. Argumentos que, a juzgar por el disgusto, no parecen convencer a su madre, que sigue poniendo el grito en el cielo. Inevitablemente, el tema ha salido a colación estos días en casa. “Joder aita, yo no sé qué problema ves en que una persona se haga un retoque. ¿Por qué no se lo va hacer si no afecta a su salud y va a estar más a gusto consigo misma?”. Ummm. Me huele que calla más de lo que habla. Sus palabras encierran un doble mensaje. La experiencia me dice que es conveniente que respire profundo para que no salga la bestia. “Yo más adelante… también me lo quiero hacer”, suelta, confirmando mis sospechas. Y así discurre un transitar hacia una nueva etapa de la vida en la que, cansado de predicar en el desierto, también me sumo a la consulta de precios de depilación definitiva de espalda.