Cada 8 de marzo siempre ocurre lo mismo. Los periodistas invadimos los medios con cientos de datos que reflejan la falta de igualdad que existe en la sociedad. La brecha salarial, el desequilibrio en la conciliación de la vida familiar y laboral, las agresiones sexistas, etcétera. Datos que, en general, pasan sin pena ni gloria bajo epígrafes que tratan de aglutinar todo el contenido monotemático que se dedica a este día. Esos datos, con suerte, podrán tener una segunda vida a lo largo del año cuando el tema de la igualdad/desigualdad surja, de nuevo, en el ámbito político o social y se utilicen para argumentar una u otra tesis y, quizá entonces, cobren más o menos relevancia. Pero lo que se nos suele olvidar es que esas estadísticas reflejan historias reales con nombre y apellido. La asociación Gaurko Andreak de Irun relató la pasada semana las historias olvidadas de varias mujeres que, de haber sido hombres, habrían visto su nombre escrito en la tradición chocolatera de Irun, empezando por una marca tan conocido como Elgorriaga, como la propia Juncal Elgorriaga, a quien ni siquiera le otorgan el mérito de haber dado su nombre a las confiterías que hubo en Irun o en Madrid. Por eso y por todas esas historias escondidas tras los números, el 8 de marzo debe seguir siendo un día reivindicativo, en lugar de un mero festivo.