Cuenta la historia con algunos tintes de leyenda fantasiosa que el ministro y amante de Catalina II de Rusia, Gregorio Potemkin, se sacó de la manga una aldea portátil para impresionarla en su visita a Crimea. Edificios que se montaban y desmontaban al paso de la comitiva real y que, detrás, no tenían nada. Estaban en Crimea, pero no era Crimea. Dos siglos más tarde, la inteligencia artificial reproduce obras de arte (incluso las crea de cero al estilo del artista que se desee), crea textos de ficción, resume largas obras y hasta supera los exámenes de acceso a la universidad. Una nota de 8,36 puntos sobre 14 suficiente para cursar Física, Química, Biología, Derecho o ADE. De inglés sabe mucho (9) y también de Biología (8,8), pero le cuestan las matemáticas (2), la lengua castellana (4) o la filosofía (5,5). Los usos más llamativos que vemos en estos primeros meses para la revolución del ChatGPT son experimentos que, como el examen, sustituyen al ser humano. El reto del que se habla cada vez más reside en saber en qué procesos podrá la inteligencia artificial relevarnos enteros y en qué otros ganaremos con ayudas parciales. Lo contrario, quizá nos lleve a un mundo lleno de obras realizadas por inteligencia artificial. Muy verosímiles, pero con poco detrás. Como los poblados Potemkin.
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