Pocas dudas puede haber de que la que arranca esta medianoche es la Tamborrada más deseada, en Donostia y en Azpeitia. Han pasado tres años de la última vez que se pudo celebrar la fiesta y las ganas acumuladas no las va a amargar ni el mayor temporal. Permítanme que cuando apenas quedan unas horas para la izada ejerza de donostiarra, aún y cuando, lo confieso, no he salido jamás en una tamborrada. Podría esgrimir distintas razones, algunas justificadas, pero en el fondo, la realidad es que disfruto más desde la acera que participando. Soy el ejemplo de lo que se ha solido reprochar a los donostiarras, que somos de mirar. Pero creo que es una acusación que no responde a la verdad, seguramente, porque nos auscultan a través de la Semana Grande, pese a que nunca es más visitada la ciudad que entonces. Los números de la Tamborrada desmienten el tópico. Sumados menores y mayores, este año van a salir unas 25.000 personas, en torno al 13% de los donostiarras. Es una fiesta que se expande por todos los barrios, igualitaria en cuanto a género (las mujeres ya son el 45%) y que resiste a las inclemencias del invierno. Es una fiesta de mecha corta pero gran estruendo, eminentemente popular y simple. Dos son los ingredientes que la articulan: la música de Sarriegi y la gastronomía. Porque solo con una buena cena en compañía de amigos y amigas tiene sentido lo que viene después.