El único propósito de 2022 que he cumplido ha sido el más fácil: llevar la cuenta de las películas que he visto. Han sido 245. No voy a ser ese pesado que enumera lo mejor y peor del año, sino que les voy a aburrir con otra cosa, con las principales conclusiones cinematográficas a las que he llegado y que, les avanzo, es más que probable que solo me importen a mí. En primer lugar, urge editar en formato doméstico versiones restauradas de la obra del brillante Mikio Naruse, al que en los últimos años solo se ha podido acceder gracias a festivales y cinematecas. Precisamente, la segunda conclusión tiene que ver con lo determinante de ciclos como el de las Sesiones Lumière que, de la mano a la Filmoteca Vasca, han permitido (re)descubrir en Donostia a cineastas como Ida Lupino, Henri-Georges Clouzot o Julien Duvivier. La tercera se vincularía con el Terror, género que ya ha dejado de sorprender y dar miedo. La cuarta, cómo no, con la animación, que solo es interesante desde los márgenes con obras como Flee, La noche del fin de los tiempos, Entergalactic o La cumbre de los dioses. Y la quinta y última, que es importante llevar la lista al día para no ver por segunda vez una película que, por profunda indiferencia, has olvidado haber visto. Ocurre más de lo que piensan, se lo aseguro.