Un profesor en el cole nos pidió dos cartas: una, a un afgano de nuestra edad, en plena invasión de Afganistán; la otra, a un joven estadounidense semanas después del 11-S. Un ejercicio de ponernos en el lugar de otro. A esa edad a nadie se le ocurría escribir “os jodéis, ojalá os arrasen”. Que siempre es una opción. 20 años después hay cosas del cole que no hacemos. Algunas vendrían bien. Primero habría que recordarlas. Con solo pasar, el tiempo echa tierra a paladas sobre el pasado y van muriendo esos Google de la familia a los que preguntábamos por un cumpleaños, por aquella excursión o por aquel trabajo de Plástica. Hoy se podrían enviar cartas a Kiev y a Moscú. O, con la Navidad a las puertas, a las residencias de mayores. El director del único centro público de Pontevedra las pide. Habrá otros que también. Igual no tan lejos. Esos residentes no son extraños: si no son nuestros abuelos, son sus amigos, los que nos vieron crecer cuando escribíamos cartas del cole. El propio director ha escrito una: “Pronto será Navidad, el tiempo más triste en nuestra casa. Nos duele todo lo que fue, todo lo que no es y todo lo que ya no será”. Pide cartas para que los mayores “comprendan que su vida sigue teniendo sentido”. Sobre todo, los que viven solos. En el tiempo de descuento el partido sigue. Claro que sigue. Más si es Navidad. l