Ahora que la atención primaria de Osakidetza se resiente por falta de personal, traigo aquí una frase que no olvidaré: “Me voy a las tres”. Es lo que me dijo el especialista que atendió a mi padre durante su desastrosa hospitalización cuando le pedí que, por favor, él o cualquier otro colega del servicio estuviese más pendiente de su evolución. Mi padre entró por su propio pie al Hospital Donostia aquejado de un trombo en el estómago un lunes y un miércoles cayó en un coma. Este médico, que tenía prisa por irse, lo sentenció en seguida, “hay que sedarlo”, algo que los del fin de semana no se atrevieron a hacer; tenían dudas. Y tanto: mi padre salió del coma él solito para entrar en una nueva fase en la que alternaba el estado de vigilia con el inconsciente. Las visitas de este especialista se producían durante la mañana, una sola vez y a una hora inconcreta –no más de diez minutos–. Si estaba en coma, tocaba sedarlo; si estaba despierto, seguir con el tratamiento. Como en una ruleta rusa. Vista la aleatoriedad de la situación, solicité una mayor frecuencia en su seguimiento. Lo que obtuvimos fue: “Me voy a las tres”. Y así, se fue. Hora y media más tarde comenzó su turno en la privada. Claro, necesitaba tiempo para comer tranquilo. Mi padre, en cambio, murió dos días después. Faltan médicos en atención primaria y sobran los que corren a por el sobresueldo en la privada.