Octubre es el mes de apuntarse a actividades, entre otras, a cursillos de todo pelaje. En Donostia, por ejemplo, entre la amplísima oferta de materias, se van a organizar talleres para concienciar a los mayores de 55 años sobre el cambio climático. O sea, que si no me he enterado de que existe ese problema, porque vivo en otra galaxia, me apunto a un cursillo para asumir el asunto, ya que los periódicos, radio y televisión no informan del tema. Quienes hemos pasado la barrera a partir de la cual nos organizan cursillos presuntamente apropiados nacimos en épocas de ahorro general y recuerdos de la posguerra. No existía el papel de cocina, ni el film, ni los tetrabrik de leche, ni ensaladas en envases de plástico ni un largo etcétera de productos que hoy son de uso tan corriente que se han convertido en imprescindibles. Los más viejos pasan de ellos sin ningún esfuerzo. Los jóvenes, no tanto porque se han criado en su compañía. Habría que calcular la huella de carbono de un ciudadano medio de 30 años y de uno de 60. Creo que la del joven será superior porque no les queda otra. Hay otros cursillos que creo muy necesarios. Por ejemplo, uno que me ayude a entender la factura de la electricidad y sus vaivenes. Quizás hasta se apunte algún jovencito, si es que puede pagar la luz.