Pienso que los ricos deberían preocuparse de que al resto de los comunes nos vaya al menos regular-bien, porque tras el hastío y la desesperación se esconde la revuelta, el mecagoentó y en última instancia la revolución. “Si a mí me va bien, a ti te va bien”. Este es un principio básico de convivencia que aceptamos los que no somos ideólogos de oficio. Y en esta premisa no entran solo los impuestos, sino también la responsabilidad social en forma de inversión, generación de riqueza y una justa remuneración a los empleados. Y ahí vamos a peor. Hacienda existe, porque no se puede regular la buena voluntad de las personas, las empresas o las grandes fortunas. Yo puedo ser asquerosamente rico, vivir de la grasa acumulada e intentar eludir, sin aportar ni flores al bien común. O siendo igual de millonario, crear empresas solventes y pagar 2.300 euros netos a mis empleados y luego responder por mis ganancias en el Impuesto de Sociedades. ¿Es necesario cobrarle Patrimonio a este? Desde luego, al primero sí. Lo peor de Hacienda es que tiene mal nombre porque cuando muerde, no suelta; y da igual que haya cazado un ratoncillo o un león. Pero es necesaria. Luego está la política y sus juegos. Unos usan la fiscalidad para vender motos y rascar votos; y otros para amenazar a no sé quién y rascar votos.