El tipo acaba de salir del agua. Son las nueve de la mañana de un lunes cualquiera. Por lo general, nadar suele ayudar a reducir el estrés y mejora el estado de ánimo, pero ahí está nuestro querido protagonista saliendo de la piscina del polideportivo de Altza hecho un basilisco. No parece haber liberado muchas endorfinas. “Joder, hay que ver cómo están los percheros, todos jodidos. En cuanto le vea por la calle a Ibabe –el concejal– se lo pienso decir: menuda mierda de material. Estos tíos han ido a por lo más barato”. Estamos él y yo, los dos en pelotas, el típico encuentro en el vestuario en el que uno habla hasta el desmayo y el otro calla como un muerto. “Claro, y ahora te llenan la ciudad de florecitas de los cojones porque vienen las elecciones. Por no hablar de lo de la tarde. Es la leche eso de salir de trabajar y no poder meterte en el agua por que están los del waterpolo. ¡Que se vayan a Etxadi!”. Y bla, bla, bla. El refranero nos dice: muy callado o muy hablador, no sé cuál es peor. Yo empiezo a tener alguna sospecha, pero nuestro afligido nadador, erre que erre. “Seis años, que se dice pronto, ¡seis años de obras hemos tenido que esperar!”. Lo sorprendente de la situación es que se trata de un puñetero lunes, que resta toda la semana por delante y este hombre ha consumido hasta el último átomo de su organismo. El ser humano es fascinante. Nadar, qué coño va a relajar.