Decía Koldo Mitxelena que el auténtico milagro del euskera era haber llegado vivo hasta hoy. Basta echar una ojeada a la historia de Europa para comprobar que el reputado lingüista tenía toda la razón. Con el país dividido en dos estados y emparedado entre dos lenguas de la fuerza del español y el francés, su pervivencia es la muestra de la inquebrantable voluntad de la población vasca por mantener el elemento más singular de su identidad. Pese a todas las imperfecciones y límites que pueda tener la legislación aprobada tras el franquismo, el euskera ha conocido en las últimas décadas un desarrollo que le ha permitido recuperar las constantes vitales, favoreciendo su expansión hacia nuevos espacios del conocimiento o regresar a territorios geográficos en los que se encontraba muy debilitado o directamente había desaparecido. Pero el siglo XXI ha traído nuevos desafíos, como la globalización del mundo o las nuevas tecnologías, dos fenómenos ante cuyo espejo el euskera refleja una musculatura frágil, condenada al eterno ejercicio del esfuerzo. No son tiempos fáciles y todo se puede hacer mejor pero, precisamente por eso, hay que saber poner en valor lo bueno, lo que se está haciendo bien, huyendo de la tendencia al pesimismo y quitando argumentos a los que esperan con la escopeta cargada para desmontar lo construido. Y bueno es que más de la mitad de los alumnos que se han matriculado por primera vez este año en la universidad pública estudiarán en euskera. Quién sabe si a Koldo Mitxelena, hombre de universidad, desde la realidad del tiempo que le tocó vivir esto no le hubiera parecido también un milagro.
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