Se acercan las vacaciones y la calculadora echa humo. Toco botones, y se disparan los ceros: unos, doses y demás; también nueves y ochos. Como dice un compañero de curro, “antes de salir, ya estás pensando en cuánto te vas a gastar”. Yo creo que es mejor no pensar mucho, pero los presupuestos están cada vez más ajustados y resulta inevitable. Los de hotel de más de una semana, si los hay todavía, se merecen todos mis respetos. Todos los años por las mismas fechas, a modo de sondeo, primero en noviembre y luego en mayo, consulto el precio del mismo hotel en la misma semana, para ver qué se cuece. Fuimos dos años seguidos. Es evidente que nos gustó. Todo esto antes de que los virus fuesen chinos y Putin apareciese en nuestras televisiones. Este año, fiel a mi costumbre, y sabiendo que no toca, bueno, que no llega, volví a mirar y costaba 600 euros más de un año para otro. Casi un 30% más para las mismas fechas. Y a uno de repente le entra la nostalgia del pueblo. El retorno a las raíces de los abuelos, donde de pequeños íbamos de vacaciones desde que terminaba el colegio, en sanjuanes, hasta el mismísimo arranque de las clases, en septiembre. A base de puchero, ensalada y fiambrera, excursiones a ríos, fiestas de pueblitos, verbena y refrescos. Estamos de vuelta. l