El 92 del siglo pasado (cómo jode esa coletilla) fue un año muy loco donde un tal Curro, que era un pájaro sevillano que se ganó un contrato temporal como mascota de la Exposición Universal de Sevilla, y un tal Cobi, un perro catalán con tortícolis que contrataron como mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona y que protagonizó una serie de dibujos animados en la tele peor que la de Naranjito, que ya era terrible, se convirtieron en los reyes del mambo. Estos días se cumplen 30 años de aquel hito que resuena en nuestras cabezas con las voces de Olga Viza y Matías Prats, que hoy están una desaparecida de la tele porque es mujer y ha cumplido años y el otro reconvertido en cuentachistes para que no le jubilen como a Carrascal. 1992 fue aquel año en el que todo era posible, que inauguró en el tramo Madrid-Sevilla el tren de alta velocidad que iba a transformar el sistema ferroviario de todo el Estado y que 30 años después seguimos esperando que llegue por aquí arriba. Fue también el año olímpico con récord imbatible de medallas y el origen de una envidia insana para algunos políticos madrileños que, años después, confundieron el espíritu olímpico con el “relaxing cup con café con leche in Plaza Mayor” y la vergüenza torera con la ajena. Han pasado 30 años desde que nos prometieron que podíamos conseguirlo todo, y hoy nos sentimos un poco como aquel perro, con la cabeza torcida.