una mujer camina frente a la terraza de un conocido bar de Donostia. Boris Johnson acaba de anunciar su renuncia como primer ministro británico y la chica, que es periodista, sigue la noticia a través del móvil hasta que pega un traspiés y se da de bruces contra el suelo. El tobillo le duele a rabiar. No puede levantarse. Hay muchos ojos que han seguido la secuencia de los hechos pero nadie se ha movido de su asiento. La chica llega a su puesto de trabajo y rompe a llorar, convencida de que la indiferencia duele más que un esguince. Hay situaciones que ocurren tan aprisa, sin tiempo para la reacción, que sin quererlo pasan delante de las narices sin ofrecer capacidad de respuesta. Bien distinto es ver caer a una chica al suelo mientras te tomas una cerveza y, sobre todo, no mover ni un dedo mientras se retuerce de dolor. Cambio de escenario: Hondarribia. Una persona invidente acaba de salir de la playa. El socorrista le ayuda a subir la rampa, y ahora es ella quien busca un banco para quitarse la arena hasta que se golpea en la cara contra una señal. Trata de recomponerse, y vuelve a chocar. Una mujer se presta a ayudarle. La accidentada le pide que le acerque a un asiento, pero todos están ocupados por personas que han visto cómo la mujer se hacía daño. Nadie se levanta. Como si nada hubiera pasado. l