ante acontecimientos que han marcado un antes y un después en el devenir de la historia es costumbre preguntarse dónde estábamos cuando ocurrió aquello. Es una forma de evocar las emociones desatadas por ese acontecimiento inolvidable, rescatando de la memoria los recuerdos y las sensaciones que el paso del tiempo va difuminando. Han pasado 25 años del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, el atentado que sacudió como ningún otro a la sociedad vasca. Viajar en el tiempo a aquellos días es un ejercicio doloroso por el desenlace e incómodo por la dureza del ambiente que envolvía todos los rincones del país, conmocionado por el impacto que provocó una acción sin parangón hasta entonces. Pero también han pasado diez años desde que la organización que perpetró aquella crueldad decidió abandonar su estrategia armada, una decisión que contribuyó a inaugurar un nuevo tiempo que llegó mucho más tarde de lo que casi nadie imaginaba. Por eso, en el 25º aniversario de la muerte del joven concejal del PP, más importante que interrogarnos por aquellos días es preguntarnos por el lugar en el que estamos hoy. Y por lo que hemos visto estos días, sigue habiendo nostálgicos del espíritu de aquellos tiempos; unos, incapaces de someter su trayectoria a la evaluación ética de los derechos humanos y otros, mercadeando con el dolor como estrategia de asalto al poder. Pero ni son ni representan a la mayoría. l