¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! En la Manga del Mar Menor, donde mueren los peces a toneladas, enterró a todos Fabio Jakobsen, el hombre que renació después de su dramática caída en el Tour de Polonia. Un año después de aquel espeluznante accidente provocado por Groenewegen, Jakobsen, al que tuvieron que reconstruir la cara, -solo le quedó un diente y le dieron 130 puntos de sutura en el rostro- trazó su segunda sonrisa en la Vuelta. Si el triunfo en Molina de Aragón tuvo un efecto curativo y sanador y supuso el destierro del miedo y del vértigo que provocan las volatas, -la adrenalina que alimentan a los kamikazes de la velocidad- el de la Manga del Mar Menor sirvió para subrayar al neerlandés. Confirmó su velocidad. Jakobsen, un superviviente, pudo con todos. Dainese y Philipsen atestiguaron la segunda victoria del Jakobsen, que apeló al timing perfecto para otro día con serpentinas y confeti. "Estoy muy contento", expuso el velocista, el más rápido entre las prisas de una etapa que respiró al compás del relax.

Invitaba el día a la playa y al solaz de contemplar la mar mientras la brisa danza las sombrillas y la quietud, -tumbarse sin mayor preocupación que contar nubes en un cielo raso, azul, el sol formidable- simboliza bienestar. El placer de no hacer nada es un lema imbatible. Tiene una legión de seguidores. Los habitantes de la playa: turistas, veraneantes, domingueros en sábado y nativos, se giraban a la carretera cuando les anunciaban la llegada del pelotón. Distraerse de la distracción era novedoso. Un señuelo para concentrarse nuevamente en la nada. Aplaudían y volvían a sus quehaceres de veraneo. Por la costa del Mediterráneo, al que le cantó Serrat, se escuchaba la música ligera de las tardes de verano que sirven para nutrirse para el invierno.

Las postales del sol, el recortable de la costa y los souvenirs entraron por la retina de los ciclistas, que discurrieron en paralelo al mar para que la vista escapara de otros paisajes menos refrescantes que les han acosado por la España vacía. Allí donde el turismo son la raíces familiares que heredan una casa sin lujos en un punto perdido de algún lugar. La costa dirigió a la Vuelta en una etapa con la tensión de las chancletas hasta la Manga del Mar Menor, donde mueren los peces a millares. Un cementerio. Otro mar muerto. Las protestas por un ecosistema que se asfixia escritas en la carretera las borró la autoridad. Lo que no se ve no existe según algunos gurús. La gente que se preocupa por un hábitat que en su día fue un paraíso respondió decorando los balcones reivindicando una solución para el desastre ecológico.

ITURRIA, BAGÜES Y OKAMIKA, EN FUGA

En Santa Pola, punto de partida de la jornada, Pablo Casado, jefe del PP, asomó para el clásico baño de masas. Mikel Iturria (Euskaltel-Euskadi), Aritz Bagües (Caja Rural) y Ander Okamika (Burgos-BH) se escaparon. Tres vascos en el Mediterráneo bajo el sol. Buscaban brillar y dar altura a sus equipos. Es su misión en la Vuelta. Su razón de ser. Iturria, que venció una etapa en la edición de 2019 en Urdax, era el capataz de una fuga achicharrada desde que amaneció. Aún así les pudo el entusiasmo y el orgullo. A Okamika, el hombre que vino del triatlón y debuta con la ilusión extraña del que nunca pudo imaginarse ahí, le pareció una gran idea alistarse a la aventura. Vecino de la mar, de Lekeitio, echaba de menos el olor a salitre y la reconfortante sensación de mirar un horizonte mecido por las olas. Se sintió un poco en casa. Marinero en tierra. A Bagües, que cumplió años el día 19, también le sedujo estirar las piernas para celebrar la onomástica. Los tres hablaban el mismo idioma. En el Babel del pelotón se impuso el lenguaje de la siesta y la calma. Como todos esperaban el esprint, Roglic amainó a los suyos en vísperas del Velefique, un fuera de categoría que debería cribar la general, para que los equipos con velocistas se dedicaran a pensar en coleccionar otra victoria, a arrancar otro trofeo al estante de la velocidad.

Un soplido de viento encorajinó a Ion Izagirre, que abrió gas con ferocidad. El Astana quería abanicar la carrera, alterar el destino. El acelerón del de Ormaiztegi anuló la fuga de Iturria, Bagües y Okamika. La etapa entró en el tambor de la lavadora. Programa de centrifugado. Nervios, tensión y velocidad. La cadena de montaje de la colocación en pleno proceso productivo. El motín del Astana no prosperó, pero nadie pudo respirar serenidad a partir de ese chasquido de rabia. Nada de confianzas. Entre los equipos que codean su ambición y suspiraban por el esprint y las formaciones que cuidan de sus líderes para que no se les atraviese la carrera, el estrés articuló el encuentro con la Manga del Mar Menor. Cruzaban los dedos los favoritos en medio de la locura, de la desatada agresividad que antecede a los pleitos instantáneos. Entonces se trata de acertar con el momento exacto. De engranar los tiempos. En ese territorio frenético, proclive al caos, donde se precisa el pulso firme y cualquier duda es una derrota, se elevó por encima del resto el milagro neerlandés. Jakobsen vive dos veces.