Tolosa - Natural de Ordizia, Alberto Letamendi vive desde hace 25 años en Tolosa, localidad a la que regala una escultura pública que se inaugura hoy, a las 12.00 horas, en el número 25 del paseo San Francisco. La obra Elkarri begira quiere contribuir desde el ámbito artístico a “una convivencia nueva, sanada y libre de toda forma de violencia”.

¿Cómo nace este proyecto?

-Presentamos el año pasado la propuesta al Ayuntamiento de Tolosa. Gustó mucho la idea y la aceptaron. Mi pareja, Ana Sanz, que me conoce muy bien y con la que comparto muchas ideas, escribió un texto con la filosofía del proyecto, que presentamos junto a una maqueta de la escultura.

¿Por qué ha sentido la necesidad de expresarse en el terreno político y social?

-En Euskal Herria hay aún muchos nudos por desatar. Hemos vivido en un clima de violencia continua, y hemos convivido los que utilizaban la violencia, los que la sufrían, los que eran víctimas y victimarios, y también los que hemos sido partícipes como espectadores activos o pasivos. Sin embargo, casos como el de Altsasu evidencian que queda un poso aún. Tenía que hacer algo y, como mi forma de expresarme es el arte, he creado una escultura.

¿Qué propuesta hicieron al Ayuntamiento?

-Nuestra propuesta fue que el Ayuntamiento se encargara de la ejecución de la escultura. Nosotros no cobramos absolutamente nada, sino que el Ayuntamiento se compromete a hacer una donación al hospital Panzi de Bukavu, en el este de República Democrática del Congo, donde el doctor Denis Mukwege, Nobel de la Paz 2018, opera gratuitamente a mujeres y niñas violadas. La escultura, además de reflejar el conflicto político de Euskal Herria, también engloba toda la violencia machista. Habla de la condena o la resolución de toda forma de violencia.

¿Cómo es y dónde se ubica la obra?

-Propusimos varias ubicaciones y llegamos a un acuerdo para ubicarla en San Francisco, en un jardín debajo de un magnolio enorme. Es un muro de hormigón de 2,5 metros de ancho, 2 metros de alto y 30 centímetros de espesor, sobre el que van colocadas 58 piezas de bronce. Son figuras que se dirigen hacia un semicírculo. En mi obra utilizo mucho el círculo, porque me parece uno de los símbolos más potentes: no tiene comienzo ni fin, no hay jerarquías... y me parece que expresa muy bien lo que se quiere transmitir. Además, invita al espectador a que participe en el proceso. Si nos acercamos a las figuras vemos que están dañadas, tienen malformaciones, agujeros... lo que representa todo el sufrimiento de las víctimas y la sociedad. Todas las figuras son distintas, porque todos somos distintos.

¿Técnicamente qué ha sido lo más complicado?

-En Euskal Herria ninguna fundición quería hacerme las figuras porque son muy complicadas, pero conseguí que una empresa de Tarragona me hiciera una prueba. Su responsable se lo tomó como un reto personal y quiso colaborar.

¿Las causas sociales han centrado siempre su trabajo artístico?

-En pintura y escultura siempre he trabajado temas sociales, guerras, temas políticos... Creo que el arte, además de ser decorativo, puede enfocar problemas. Hace algunos años hice un trabajo sobre la inmigración y el sufrimiento que genera. También realicé en Tolosa una acción de calle para denunciar los ataques de gas a niños en Siria; puse muñecas recicladas con unas máscaras que hice con una técnica que yo mismo desarrollé.

El arte es siempre controvertido, ¿cree que gustará su obra?

-Como ocurre siempre con el arte contemporáneo, tiene que haber críticas positivas o negativas. Lo que no quiero es que pase desapercibida, me gustaría que a la gente le transmitiese alguna sensación. Es una escultura figurativa, diferente a todo, y creo que va a gustar.

¿Y a usted qué le transmite?

-Optimismo, una visión positiva de las cosas. Una utopía es el horizonte inalcanzable que nos permite dar pasos. Prefiero vivir en una utopía que en un pensamiento negativo con el que nunca conseguiremos nada.