Estaba anunciado y sucedió. Desde este mes de enero ya no hay venta en Semillas Elósegui, un negocio que durante 105 años permaneció inamovible en la calle Fermín Calbetón y que bajó la persiana definitivamente a final de 2019. Junto con este, también se cerraron algunos comercios más de la Parte Vieja y de otras zonas de la ciudad, como es el caso de las panaderías Barrenetxe, de la plaza Gipuzkoa y otros puntos, y de la tienda Ciprian de la calle Legazpi.

En la calle Mayor de la Parte Vieja hoy mismo dejará de funcionar la pastelería Izar que cesará la venta, al menos en tienda, de sus tradicionales dulces. De la misma manera, La Cueva, un bar de referencia en la calle 31 de Agosto, servirá su última cena el 19 de enero, después de 60 años de historia. Y otros locales hosteleros como el Loretxu, el Ostertz o el Federiko también han bajado la persiana.

Son negocios de toda una vida que cierran sus puertas por diferentes motivos. Además, lo hacen cuando el comercio de proximidad no atraviesa sus mejores momentos. Según el Barómetro de Economía Urbana, en Donostia se ha perdido el 22% de las tiendas locales en una década. Los datos indican que entre 2008 y 2018 la capital guipuzcoana se despidió de hasta 734 establecimientos minoristas. Una caída que se achaca al aumento de las compras por Internet y en los centros comerciales.

1914-2019

Semillas Elósegui se fundó en 1914 por el abuelo de Juan Sebastián Elósegui, su actual propietario. El negocio ha permanecido abierto más de un siglo en la calle Fermín Calbetón, suministrando todo tipo de semillas, legumbres y productos de mantenimiento para las plantas.

La razón principal del cierre es que Juan Sebastián Elósegui se jubila con 65 años y, aparte de no contar con relevo generacional, su intención es vender el establecimiento, en el que lleva trabajando desde los 21. El 31 de diciembre, el popular comerciante fue homenajeado con unos bertsos y un brindis con champán. Según comenta, la tienda podría permanecer activa más tiempo si él quisiera, pero está “cansado” tras más de 40 años “sin parar” ni los fines de semana. “Solo se vive una vez” y ahora es el momento de “desconectar de todo” y tomarse, al fin, unas vacaciones, apunta.

Los productos que “desde siempre” se han solicitado en su tienda han sido, principalmente, los exterminadores de limacos y caracoles, los bulbos de flores como tulipanes o jacintos y las legumbres de potaje. Elósegui afirma que todavía hay muchas personas que prefieren el comercio local y una atención más personalizada, por eso acuden a él evitando comprar las semillas envasadas de los grandes supermercados.

La tienda ha ido evolucionando al igual que el tipo de clientela y, como indica el propietario, antes acudían más agricultores desde zonas rurales. Y, poco a poco, ha ido extendiéndose a un perfil de usuario particular. Hace 30 años -explica Elósegui- se vendían muchas semillas de forraje por la explotación de ganado; hoy, en cambio, triunfa la horticultura doméstica a base de los pequeños huertos.

Elósegui estima que sí se ha producido un descenso en el sector de las semillas en las últimas décadas. Y reconoce haber tenido la “gran suerte” de no quebrar como otros negocios y de mantener un buen ritmo de trabajo en todo este tiempo, a pesar de la disminución de las ventas con la entrada del mercado online. En su opinión, con las nuevas formas de comprar y vender, sobre todo de los jóvenes, dentro de poco caerá aún más el volumen de actividad. Internet brinda unas “comodidades” (transporte, entrega, devolución...) con las que los comercios pequeños no pueden competir, añade.

El médico de las plantas. Así llaman sus clientes a Elósegui. Y si algo tiene de especial esta tienda es que su dueño es un verdadero experto en su sector. Los usuarios reconocen que el trato recibido es “único” y ningún otro lugar se le parece. Arantza Amunarriz y Garbiñe de La Granja, dos vecinas de la Parte Vieja y El Antiguo, entran casi por última vez a la que ha sido su tienda preferida desde que eran niñas, cuando acudían con sus padres. Ambas opinan sobre la crisis que atraviesa el pequeño comercio y coinciden en que se trata de “una preocupación más” para la ciudad, que va perdiendo sus tiendas tradicionales e “irremplazables”.

Frente a una hilera de clientes que se forma nada más abrir sus puertas, Elósegui ofrece recomendaciones de todo tipo, sobre los tratamientos para plantas y plagas, de cómo utilizar los productos y hasta recibe muestras de hojas infectadas que le traen para que las examine. “Vienen adrede porque les damos una explicación que en otro sitio no les saben dar de manera tan clara”, apunta el comerciante.

Hasta diciembre, Elósegui continuaba vendiendo las semillas que le quedan en la tienda. Agradecía la fidelidad y la confianza puesta en él y en sus productos y, como sabía que le echarían de menos, a quienes se acercaron los últimos días les aconsejó otro local en Hernani, parecido al suyo. El Ayuntamiento de Donostia tuvo un gesto con este negocio y decidió dedicarle un mes en el calendario del año nuevo.

1960-2020

El conocido bar restaurante La Cueva, en la entrada de la plaza Trinidad, también cerrará sus puertas definitivamente el próximo 20 de enero, coincidiendo con el día de San Sebastián. La víspera ofrecerán la última cena a sus clientes habituales.

Desde su apertura en 1960, Mari Amago lleva 60 años al frente de la cocina del establecimiento. Ella y su marido, Joaquín Salvador, llegaron desde Madrid y decidieron abrir el bar en lo que anteriormente era un almacén de vinos, caramelos y otros productos. Recientemente, un grupo hostelero -que también gestiona otros bares de lo viejo- ha comprado la propiedad del inmueble, lo que pondrá fin al arrendamiento de casi seis décadas de la familia Salvador Amago.

Aparte del local, los tres pisos de este edificio que sobrevivió al incendio de 1813 también han sido traspasados a la sociedad hostelera. Los vendedores, los hermanos Martínez-Bordiú, son herederos de la antigua propietaria, Isabel de Cubas, con quien la familia de La Cueva mantenía buena relación. Según los inquilinos, el contrato de alquiler se venía renovando “año tras año, siempre sin problema”, por lo que la venta del edificio entero ha sido una sorpresa para la familia y los trabajadores.

La Cueva es hoy uno de los referentes clásicos de la Parte Vieja, aunque no siempre fue así. En su momento, su cocina revolucionó la oferta gastronómica que se servía en el barrio, en especial con sus pintxos. Los champis laminados son la seña de identidad del local, además de los pintxos de riñón y de carne, las gambas al ajillo, los caracoles, las chuletas de cordero y otras delicias que se han convertido en clásicos.

En este local también se han formado hosteleros conocidos de la ciudad como Bernardo Beltrán, que empezó a trabajar en el bar desde muy joven hasta abrir su propio negocio y alcanzar un gran renombre.

Mari Amago empezó “sin saber nada de cocina” y terminó creando el plato estrella del bar. A sus 88 años sigue acudiendo todos los días para ayudar en la cocina a su hijo Guillermo, quien ahora dirige el negocio. Además de limpiar antxoas y champiñones, comparte buenos momentos con los trabajadores y los clientes, a la espera de la despedida.

1949-2020

Otra luz que también se apagará es la de la pastelería Izar, que cerrará hoy la tienda que ha permanecido abierta durante 70 años en la calle Mayor. El establecimiento fue inaugurado en 1949 por los abuelos de los hermanos Martín Estala, quienes lo han dirigido hasta el momento.

A pesar del cese de actividad en la Parte Vieja, Izar continuará elaborando sus particulares dulces en el obrador de Martutene. Así, los clientes podrán realizar sus pedidos a través de la web y por teléfono.

Todos los años, a comienzos de diciembre, la pastelería comenzaba a sacar los tradicionales roscones de Reyes, que se agotaban a diario. El resto del año, la tienda ha funcionado muy bien, con una consolidada clientela. Así lo explica Miren Beldarrain, que lleva más de 40 años trabajando en el establecimiento. Como se trata de una propiedad en arrendamiento -explica- el motivo de cerrar Izar no es otro que el fin del alquiler.

Los sabores dulces se combinaban perfectamente con la Navidad, que ha sido cuando más se intensificaban las ventas, pero su característico rótulo azul siempre invitaba a probar. La herradura (hojaldres rellenos de crema) y la tarta Gorbea son las especialidades de la casa que más han venido degustando los donostiarras durante tantos años. Por esto, Izar ha ganado renombre en la ciudad y el afecto de la gente. Y, a pesar de que el obrador mantendrá sus hornos encendidos, la imagen al pasar por la calle Mayor no será la misma.

Por su parte, Beldarrain admite que los consumidores habituales les han transmitido mucho cariño y, a la vez, su pesar por el cierre. Junto a su compañera, Juani Etxeberria, duda de si continuarán trabajando en el obrador y por el momento han manifestado un enorme agradecimiento por la confianza de los clientes a lo largo de tantos años.